La historia de Nala y Damayanti
La historia de Nala y Damayanti fue relatada por el gran sabio Vrihadaswa a Maharaj Yuddhisthir, cuando este último se encontraba en el exilio con su mujer, sus hermanos y un grupo de brahmanas. En un momento el rey lamentó su triste condición y expresó que nunca antes alguien había pasado por una adversidad similar.
Al escuchar esta afirmación del rey, el sabio Vrihadaswa le relató esta historia de Nala, en la cual quedó desposeído de todo su haber y en una situación más dramática que la suya. Vrihadaswa se la relata con el fin de darle entusiasmo y demostrarle de qué manera el bien triunfa siempre sobre el mal. El sabio declara en la parte final, que por esta audición, uno se libera de la nefasta influencia de Kali y de su era, afirma que uno se protege contra todo problema y que no será afectado por el desánimo.
Encontré que esta hermosa historia, nos lleva a los más altos límites del amor marital, el cual, después de todo, es la base de toda familia y sociedad. Mas esta no es una relación fundada meramente en el placer, sino en la virtud, en el respeto y en la moral.
En la antigua cultura de la India, no sólo el ascetismo y la oración, sino todos los actos de la vida, eran utilizados para la elevación espiritual. De este modo también los comerciantes, los artesanos, obreros y reyes, tenían posibilidad, mediante el buen desempeño de sus deberes, de alcanzar la perfección.
Al observar cómo menguan los bellos sentimientos y el buen trato en los matrimonios actuales, vi que este testimonio, relatado por grandes sabios, nos deja valiosas lecciones de profunda inspiración.
En la cultura Védica todo estaba regido por el respeto y el amor. La relación de familia, de matrimonio, del rey con sus súbditos, del maestro con sus discípulos, de los amigos, hermanos, en fin, toda relación, no estaba basada en el interés egoísta, sino en el amor.
Esta relación fue extraída del Mahabharata que es una obra llena de maravillosos valores, tan necesarios a ser revividos por la sociedad actual. Después de leer las páginas de este gran libro, es difícil que a alguien se le ocurra una vez desanimarse, ser envidioso, desleal, incumplidor, irreligioso o violento con los demás. El corazón, o la corona del Mahabharata, es el universalmente conocido Bhagavad Gita, que significa El Canto del Señor.
A través de sus relatos, Vyasadeva, el autor del Mahabharata, nos prepara el camino hacia verdades más trascendentales, llevándonos desde una sana ética y moral, hasta el nivel más alto de la entrega absoluta a la voluntad del Supremo.
Es reconfortante y un verdadero estímulo ver cómo existieron en el pasado personas tan heroicas y nobles, tantos ascetas y personas santas. Lamentablemente, la historia que se recopila en la actualidad es por lo general la de hombres que nos dejaron los peores ejemplos de sanguinarias guerras, de abusos, de vicios, de injusticias y de explotación. Difícilmente encontramos en sus vidas un buen ejemplo de virtud y de religiosidad, por lo que la sociedad actual no encuentra verdaderos ejemplos a seguir. Pero en este poema sí podemos enriquecernos con estos dos grandes maestros de fidelidad, de perdón, de virtud y de respeto conyugal, a partir de lo cual, uno puede situarse en una plataforma de bondad, donde su propio corazón le pedirá ir más arriba, hasta alcanzar el mundo de la más pura devoción por el Señor.
Estamos en la actualidad bajo el efecto de la era de Kali, por ello toda medida para contener su influjo, debe tomarse en consideración. Pero el método más efectivo, es el canto de los santos nombres y la lectura del más inmaculado Purana, que es el Srimad Bhagvatam, el cual, es el fruto maduro del árbol de la sabiduría Védica.
Para los que no están familiarizados con la cultura de los Vedas este relato puede parecer fantasioso. Por supuesto que cada lector lo tomará como quiera, pero en lo que a mí respecta, y por lo que aprendí de mi maestro espiritual, considero que todo este relato es real y por ello lo titulé como histórico.
No olvidemos que esta creación es la obra de un Ser muy superior a nosotros y que por ello la realidad, que es Su creación, supera en mucho nuestra pequeña imaginación.
La Historia de Nala y Damayanti
(Tomada del Mahabharata, Vana Parva.)
Fue Nala un hermoso rey, hijo de Virasena,
Fuerte, entendido en caballos, pleno de virtudes,
Un Indra entre los reyes, conocedor del Veda,
Fiel a los dvijas, heroico, de buenas costumbres.
(Indra: rey de los celestiales o semidioses, en los planos superiores del universo. Pero él no ocupa una posición trascendental como Dios.
Dvija: dos veces nacido, es decir, los brahmanas o sacerdotes que dirigían los ritos sagrados, eran de vida religiosa y pura, y por seguir sus consejos uno estaba en regla con la voluntad superior del Señor.)
Era veraz, glorioso sol, de domadas pasiones,
De enorme ejército, diestro en el juego de los dados,
Regía a los Nishadas, le querían mujeres y hombres,
Experto y poderoso arquero, grandioso como un Manu.
Y era como él, el rey de Vidarbha, llamado Bhíma,
De gran poder, protector, buen amante de su pueblo;
Mas le dolía el hecho de no tener aún familia,
Aunque había destinado mucho esfuerzo para ello.
(Esta historia acontece en una era anterior en la cual los reyes eran verdaderos representantes de Dios, y como tales, amaban a sus súbditos como un padre ama a sus hijos. En la era actual no encontramos ejemplo de gobernantes así, éstos más bien se han vuelto explotadores de su pueblo y nos cuesta entender cómo en la antiguedad el hombre se pudo someter al dictamen de un rey. La razón de ello no es que fuesen tontos, no, ellos obedecían a un rey que a su vez obedecía el mandato de los Vedas y de los brahmanas o dvijas, razón por la cual eran llamados rajarsis o reyes sabios. Eran personalidades que en realidad podían ostentar con dignidad esos puestos, tal como lo vemos aquí al leer de las cualidades de estos reyes Nala y Bhíma.)
Felizmente llegó a su reinado el ilustre Dámana;
Bhíma, versado en la moral, le atendió con su reina;
Le bendijo el santo con una joya de hija amada,
Y con tres hijos de alta virtud y entereza extrema.
(Aquí empezamos a ver el poder de estas personas santas, gracias a cuyas bendiciones, una pareja podía engendrar maravillosos hijos.)
Damayanti era ella, de fina cintura y anchas caderas;
Su belleza y fulgor, gracia y renombre, recorrió el mundo;
Como a la diosa Sachi, la servían cientos de siervas;
Relucía cual relámpago en el espacio nocturno.
(Sachi: mujer de Indra, la reina del cielo.)
Con sus grandes ojos, era hermosa como una Sri;
De formas perfectas, decorada, jamás vio el cielo,
Ni entre los humanos ni yaksas, alguna diva así.
(Sri: la Diosa de la Fortuna. Yaksas: seres sutiles que pueden adoptar formas corporales a voluntad.)
La agraciada doncella cautivó incluso a los dioses,
Y ese tigre entre los hombres, Nala, no tuvo otro igual,
Pues era cual Kandarpa su atractivo sin reproche;
Por lo que los heraldos les vieron, la pareja ideal.
(Kandarpa: dios del amor.)
Elogiaron ellos al buen Nala ante Damayanti,
Y a Damayanti ante este monarca de los Nishadas;
Por este oír, surgió sin verse, interés en ambas partes,
Hasta el punto que él, ya desvivía por esposarla.
Y así permaneció en la soledad de sus jardines,
Hasta que una vez, entre el paisaje del rico bosque,
Vio, de doradas alas, una bandada de cisnes,
Y atrapó a uno de ellos que le dijo con claras voces:
“No me mates, ¡oh, rey!, haré en tu honor algo valioso,
Le hablaré a Damayanti para que tanto te adore,
Que no querrá a otro señor, por muy bello o poderoso…”
Y lo soltó esperanzado, en recibir sus favores.
“No me mates, ¡oh, rey!, haré en tu honor algo valioso,
Le hablaré a Damayanti para que tanto te adore,
Que no querrá a otro señor, por muy bello o poderoso…”
Y lo soltó esperanzado, en recibir sus favores.
Se dieron entonces los cisnes a encumbrado vuelo,
Para alcanzar presurosos el país de Vidarbha,
Donde Damayanti los deseó apenas pudo verlos,
Y los persiguió con la asistencia de sus criadas.
Conducida a un apartado lugar uno le dijo:
“¡Oh, princesa!, entre los Nishadas está el noble Nala,
Como los Asvins en seducción, nadie es su igual, de fijo;
¡Es el mismo dios del amor, presente en forma humana!
“¡Oh, tú hermosa! ¡De cernido talle y rasgos perfectos!
Sé suya y tu finura y existir, tendrán buena mira;
No vimos devas, nagas ni gandharvas, tan apuestos;
Es el más bello hombre y eres tú, la joya femenina.
(Devas: regentes de los asuntos universales. Los Vedas enseñan que todo está personlaizado. Que toda energía tiene su energético. Todo fenómenos natural es manipulado por una personalidad que lo controla, razón por la cual estos fenómenos no pueden reducirse a meros eventos mecánicos y siempre escapan al cálculo u ordenamiento del hombre. Todas las antiguas culturas han aceptado la existencia de estas devinidades controladoras a las que los griegos y romanos llamaron los inmortales. Sólo la tradición judeo cristiana no ha sabido reconocer su existencia y ha reducido la realidad superior a una trascendencia sin actos y sin forma. Esta tradición, por un lado, los ha negado, a pesar de que por otro lado habla de ángeles y arcángeles. Nosotros nos volvemos a abrir a la crencia de estos seres superiores que rigen el univeso y que incluso podían ser vistos por las almas elevadas de antaño.
Nagas: otros seres celestiales con forma de serpiente. No olvidemos que no podemos limitar la creación del Señor. Incluso en este mismo planeta se siguen descubriendo nuevas especies y formas de vida, ¿con qué autoridad entonces podemos negar una multitud de distintas formas de vida en otros planetas?
Gandharvas: cantores celestiales a los que acompañan las apsaras o bailarinas del mismo nivel.)
“¡La unión entre lo mejor y lo mejor hace feliz…!”
Damayanti dijo: “Esto mismo di a Nala, ¡oh, avisador!”
“Así lo haré”, le asintió la dorada ave y voló de ahí,
Para informar al Nishada, de su respuesta de amor.
II
Al oír este hablar del cisne, perdió ella toda calma,
Vivía intensas visiones que la llenaron de ansiedad;
Se enflaqueció y volvió melancólica y retirada,
Como si abstraída en un mundo de dolor demencial.
Poseída por Kama, dejó lechos y entretenciones,
Perdió toda alegría y sólo se la oyó sollozar;
Al rey le informaron, con debidas indicaciones,
Que la princesa padecía de un muy profundo mal.
(Kama: otro nombre del dios del amor.)
Al oír esto, consideró que era de preocuparse,
Y encontró que estaba ella despertando a su pubertad;
Resolvió entonces que debía casarla cuanto antes,
Por lo que anunció a todo viento, la gran festividad.
(Es muy importante la castidad en la mujer y que pueda presentarse virgen al matrimonio, de este manera, de un modo natural se apegará más a su marido. Con este fin es conveniente que la muchacha se case apenas llegada a su pubertad. Esta práctica podía llevarse a cabo con toda confianza en aquella época en que no había cabida para el divorcio, pero en la era actual, de tanta desaveniencia e inseguridad, las muchachas no se sienten tan confiadas como para depender del todo en un hombre que después las podría dejar.
Este tipo de inseguridad causa un sin fin de tensiones, depresiones y otras alteraciones nerviosas y enfermedades mentales, que son clara muestra de la gran decadencia de esta cultura.)
Prestos llegaron soberanos de lejanas tierras,
Con tronar de carros, de elefantes e infantería,
Adornados con joyas, guirnaldas y finas prendas,
Al paso que les recepcionaba el atento Bhíma.
Supieron a su vez de esto los celestes por Narada,
Y deseosos se pusieron Indra, Agni, Yama y Varuna;
“Vamos también nosotros” —anunciaron con toda el alma…
E iba por su lado Nala, confiándose a su fortuna.
(Agni, Yama y Varuna: dioses del fuego, del karma y del océano, respectivamente.)
Y al verle resplandecer como el sol del medio día,
Se impresionaron los cuatro, al notar que era tan bello;
Se aproximaron a él, con la esperanza casi ida,
Y le dijeron: “¡Oh, veraz!, sé nuestro mensajero.”
III
“Lo haré —les respondió Nala— ¿mas quiénes sois vosotros?
¿Quién desea esto de mí, y digan, qué esperan que yo haga?”
“Soy Indra —dijo uno— y Yama, Agni y Varuna son los otros,
Di a Damayanti que vinimos, deseando ganarla.”
Juntó sus manos Nala y dijo: “Con igual motivo vengo,
¿Cómo así, afligido por este amor, obraré estos favores?”
“Mas, ‘lo haré’, nos prometiste —dijeron los guardas del cielo…
“¿Cómo entonces —dijo Nala—llegaré a sus habitaciones?”
“Lo podrás” —afirmó Indra— Y “así sea” —concluyó Nala,
Y al acceder a los cuartos internos vio a la novia;
Resplandecía en belleza, toda ella acicalada,
De perfectos rasgos y de figura encantadora.
Parecía ante ella perder su resplandor la luna,
Y al verla con su sonrisa, creció aun más su gran amor;
Pero contuvo su pasión por cumplir con ventura,
Lo que los cuatro devas le encargaran por misión.
Al ver al Naishada de esplendorosa refulgencia,
Se levantaron las siervas llenas de espectación:
“¿Será un dios? ¿Será un yaksa o gandharva que se nos muestra?”
Y le habló a él con sonrisas, la de la melódica voz:
“¿Quién eres tú, el de intachables formas que aviva mi sentir?
¡Oh, héroe impecable! ¿Cómo, sin ser descubierto por nadie,
Has podido llegar hasta aquí?”
“¡Oh, hermosa, soy Nala, y vengo en nombre de los regentes,
Son Sakra, Agni, Varuna y Yama, quienes, preciosa dama,
Han llegado a tu palacio como tus pretendientes;
Gracias a ellos pude pasar. ¡Decídete! ¡Oh, afortunada!”
(Sakra: otro nombre de Indra.)
A esto respondió la tímida y añorada princesa,
Cuando tuvo ante ella a quien con tanto ardor esperaba;
A ese dios que apagaría por siempre su tristeza,
Le dirigió temblorosa las siguientes palabras:
“¡Oh, rey del mundo!, ámame tú, como merezca… Ordena:
¿Qué debo hacer por ti? ¡Tuyo es todo mi ser y riqueza!
El mensaje de los cisnes arde en mi pecho y me quema,
Sólo por ti hice venir, a los rectores de esta tierra.
“Si tú me dejas a mí, quien ya de tiempo te adora,
Recurriré al fuego o al veneno, o a la dura cuerda…”
Nala dijo: “¿Entre los dioses y yo, de mí te enamoras?
¿A los que ordenan los cielos, rechazas de esta manera?
“¡Ellos crean los mundos! ¡Indigno soy al polvo que pisan!
¡El no agradarles trae la muerte! ¡Sálvame, oh inmaculada!
¡Elígeles y gozarás joyas y sedas magníficas!
¿Qué mujer rechazaría oportunidad tan preciada?”
Mas ella, con ojos bañados en lágrimas, le dijo:
“Señor del mundo, postrada ante esos dioses, ¡créeme!,
No es vana mi solicitud, ¡en verdad, a ti te elijo!”
“¡Oh, mi amiga! —respondió a la tan marchita— ¿Cómo yo,
Que vengo para el bien de ellos, ganaré el beneficio?
Si lo aprueba la virtud, el que procure mi favor,
Sólo así lo aceptaré, y espero de ti igual principio.”
(Una afirmación muy notable de Nala en la que promete regirse siempre por la virtud y la invita a ella a seguir igual camino. No hay mayor poder que el que mediante la virtud se obtiene.)
A esto, la del luminoso sonreír, respondió agitada:
“Veo un modo, oh rey, por el cual no incurrirás en pecado,
Que se presenten los guardianes y tú, en mi svayamvara,
Y te escogeré yo a ti, así en nada serás afectado.”
(Svayamvara: ceremonia de matrimonio en la cual la princesa o novia ponía una guirnalda en quien elegía como su marido.)
Dicho esto, volvió el Nishada donde los devas ansiosos,
Quienes le preguntaron: “¿Por quién se inclinó la hermosa al fin?”
Y Nala, tras contar los hechos, les dijo: “Ahora vosotros,
Sois los que a este respecto sabréis, qué conviene decidir.”
V
Cuando fue el propicio momento, convocó a los reyes Bhíma,
Quienes, heridos por la pasión, llenaron el anfiteatro;
Leones parecían embelleciendo la asamblea de Indra,
Con sus joyas y guirnaldas, y con sus fornidos brazos.
Y en el tiempo debido, entró la del brillante rostro,
Robando el mirar y el sentir de los allí reunidos;
Donde la miraron primero, ahí clavaron sus ojos,
Perdiendo casi del todo, la razón y el respiro.
Mas vio ella que entre los reyes había cinco como Nala,
Y solicitó fervorosa saber quién de ellos era:
“Desde esa vez que escuché a los cisnes, mi alma fue entregada,
Cumplan lo decidido, por quienes rigen las estrellas.
“Los dioses mismos me dieron al Nishada como señor,
Por honor a la verdad, decidme entonces cuál es él…”
Al verla así inclinada y con tan firme resolución,
Mostrando sus atributos, se dejaron reconocer.
A cuatro se les notó sin transpirar ni parpadear,
Sin polvo, sin pisar el suelo y con frescas guirnaldas;
Sólo el quinto daba sombra, se le veía sudar,
Mustias eran sus flores… ¡y así supo que era Nala!
Puso en su cuello gozosa el símbolo de su elección,
Entre abatidos reyes y el vítor de dioses y sabios;
Se prometieron ambos inquebrantable y excelente amor,
Además los cuatro devas, felices les obsequiaron.
Indra estaría en sus yajñas y les llevaría al fin a sus regiones;
Agni ofreció brillantes mundos y al ser llamado, aparecerse;
Eminencia en la virtud les dio Yama y el paladear los sabores;
Y Varuna también el mostrarse y malas de aroma excelente.
(Yajñas: ceremonias de sacrificio realizadas ante el fuego sagrado mediante las cuales se conseguían todos los bienes deseados. El hecho que Indra estuviese en esas ceremonias garantizaría el éxito de ésta.
Malas: guirnaldas de flores.)
Luego ascendieron al cielo y los soberanos a su vez,
Regresaron complacidos, con sus tropas y estandartes;
Celebró Bhima las nupcias con festividad y deber,
Y unos días después, partieron a su reino los amantes.
Allí rigió Nala para el placer de sus ciudadanos,
Con los debidos yajñas y caridad a los brahmanas;
Vivía cual Indra y Sachi la pareja de encantados,
Y llamaron Indrasena a dos hijos, hermano y hermana.
(Indrasena sería el nombre del varón, e Indrasenaa el de la niña.)
VI
Cuando los refulgentes guardianes iban de regreso,
Se encontraron en su elevación a Dwapara y Kali;
“¿Adónde vais?”, preguntó Indra, y respondió Kali, el abyecto:
“Voy a que me elija Damayanti, en quien gusté de fijarme.”
(Los Vedas enseñan que el universo pasa por cuatro ciclos de eras o yugas, las que se repiten como en una rueda. De estas cuatro, Dwapara y Kali son las dos últimas y en las que la religión es menos tomada en cuenta. En la primera era, Satya, la religión se sigue en un cien por ciento, en Treta, la segunda, la religión disminuye hasta las tres cuartas partes, en Dwapara disminuye a la mitad y en Kali sólo permanece una cuarta parte, tendiendo a desaparecer. Ahora estamos en la era de Kali, de la cual han pasado ya cinco mil años.)
“La elección ya pasó… —dijo Indra sonriendo— ¡Escogió a Nala!”
Al oír esto, el más vil de los inmortales, clamó airado:
“¡Tendrá entonces que sufrir por su decisión mal pensada,
Pues estando los dioses presentes, prefirió a un humano!”
“¡Mas fue con nuestra aprobación que hizo esto! ¿Quién no lo haría?
Él es pleno de virtud, recto, versado, no es violento,
Es veraz, de firmes votos, puro, de vida tranquila…
Más bien si alguien le agrede, ¡oh, Kali!, ¡caerá en grandes tormentos!”
Al afirmar esto, los cuatro continuaron su vuelo,
Mas, dijo Kali a Dwapara: “No puedo contener mi ira,
Poseeré a Nala y todo le quitaré mediante el juego,
¡Entra tú en los dados! ¡Que pierda incluso a la hija de Bhíma!”
VII
Esto tramado con Dwapara, fueron al país de Nala,
Mas Kali no conseguía apropiarse del inmaculado rey;
Sólo doce años más tarde, evacuó un día y dijo las plegarias,
Esa vez sí pudo asirle, ¡pues oró sin lavarse los pies!
Y tras poseer a Nala, dijo a Puskara en una visita:
“Ve a jugar con el Naishada y con mi asistencia triunfarás…”
Dwapara se volvió el dado principal, llamado vrisha,
Y fue Puskara donde el buen Nala, para instarle sin cesar.
Así desafiado ante la presencia de Damayanti,
El benévolo héroe no pudo negarse al reto fatal;
En cada tiro perdía riqueza en forma alarmante,
Mas era el cruel Kali el que ordenaba, ¡y no podía parar!
Apostó y perdió oro y plata y cuadrigas, ¡por montones!
Cegado como estaba, ni a amigos ni a ministros quiso oír;
Vinieron sus súbditos con las mejores intenciones,
Pero todo eso fue en vano, a nadie quería recibir.
Ella misma, choqueada, con voz entrecortada y dolida,
Clamó a Nala: “¡Oh rey, no desatiendas a los leales a ti!”
Mas, con Kali por amo, nada dijo a quien bien le quería,
Y siguió inmerso en el duelo, sin importarle hacerla sufrir.
Sus ciudadanos y consejeros, con vergüenza y dolor,
Volvieron a casa gimiendo: “¡Nuestro rey no vive más!”
Fue así como ante Puskara fue el buen Naishada un perdedor,
Jugando por varios meses, sus riquezas y potestad.
Pero mientras más perdía, más aumentó su pasión,
Sordo al reparo de amigos y al de la que era su sueño;
Sin condenarle ella, llamó a su auriga por protección,
Que pusiese a sus dos hijos, al cuidado del abuelo.
Así Varsneya, el auriga, con permiso de su oficial,
Llevó a los niños en un carro que veloz transportaba;
Les dejó con Bhíma, y recordando a su rey con gran pesar,
Se alejó de ahí, para ser el cochero de Rituparna.
VIII
Una vez Varsneya ido con los niños, Nala aún perdía,
Sin quedarle más propiedad que su amada Damayanti;
“¡Apuéstala!” —le gritó Pushkara, a la par que reía—
Mas Nala mudo, quitó sus joyas y rico ropaje.
Y así partió, con una sola prenda, desposeído,
Causando dolor a sus amigos y sin protección;
Siguió de atrás sus pasos ella, con similar vestido,
Y por tres noches, el bosque cercano les alojó.
Mas Pushkara amenazó de muerte a todo ciudadano,
Que de una u otra manera les expresase simpatía;
Al saberse esto, ya nadie se les mostró hospitalario,
Por lo que sólo bebieron agua, durante tres días.
Frutas y raíces buscaron afligidos por el hambre,
Hasta dar con unos pájaros de dorado plumaje;
Les lanzó él su tela, mas se la llevaron por el aire,
Dejando cabizbajo y desnudo, a ese león en coraje.
Y al verle así, le hablaron esos surcadores del cielo:
“¡Oh, tú! ¡Insensato! ¡Somos nosotros esos mismos dados!
Nos puso feliz despojarte de tus bienes y reino,
Pero aun este raído lienzo, te lo habías dejado.”
Nala, así privado, le expresó a quien tan fiel le seguía:
“¡Oh, intachable!, mírame, sin poder confortarte en nada;
Mas, siendo tu aflicto señor, por tu bien te digo, ¡oh, tímida!,
Toma este camino al sur, que lleva al país de los Vidarbhas.
“Pasando por la ciudad de Avanti y los montes Rikshavat,
Cruzando el río Payasvini y los asilos de ascetas,
¡Ve allí…!” —le insistía el afligido Nala, una y otra vez más,
Pero Damayanti, contrita y tierna, dio esta respuesta:
“¡Oh, rey! ¿Cómo puedo irme lanzándote a este abandono?
Al pensar en tu situación, ¡se desvanecen mis miembros!
¿Cómo dejarte, ¡oh, amo del mundo!, sufriendo tú solo?
Cuando recuerdes tu pasada dicha, en el profundo bosque:
¡Déjame estar a tu lado para brindarte mi consuelo!
Pues para todo ardor, ¡no hay mayor alivio que la consorte!”
Ante estas leales palabras de su reina, dijo él así:
“¡Oh, Damayanti!, de fina cintura, es verdad lo que afirmas,
La mujer es el mejor amigo y medicina ante el sufrir,
Pero jamás pensé en dejarte, ¿porqué temes esto, oh sencilla?
Puedo negarme a mí mismo, ¡mas nunca te perdería a ti!”
“¿Porqué entonces, tantas veces, me indicaste ir a Vidarbha?
Aunque no quieres negarme, te obliga tu mente distraída;
Sólo incrementaste mi tormento, al pedirme que lo haga;
Mas, ¡oh, divino!, si quieres que vuelva donde mi familia,
¡Vamos!, y honrado allí por el rey, vivirás feliz en casa.”
IX
“Por cierto el reino de tu padre es como el mío mismo,
¿Mas si un día fui allí para aumentar tu felicidad,
Cómo puedo ir esta vez a desolar tu camino?
¡Por ello nunca recurriría a tanta extremidad!”
Conformó así a su bendita mujer y en sus harapos,
Llegaron con hambre y sed a un refugio de viajeros;
Dolientes y sucios, se sentaron en el suelo exhaustos,
Y de pronto se sumieron en un profundo sueño.
Mas Nala, en esta condición, ya no descansaba como antes,
Sin amigos, en pobreza, ¡todo recuerdo era tortura!;
A su lado yacía agotada su más fiel acompañante,
Aquella dotada reina, con marcas de buena fortuna.
“¿Qué es bueno o malo para mí? ¿No es preferible la muerte?
¿No es mejor dejarla a ella, que tanto sufre por mi causa?
Sería para su mayor bien, pues se iría con sus parientes,
Mas si permanece a mi lado, ¡no tiene ni una esperanza!”
Tras mucho pensar de este modo, optó por abandonarla:
“Además, digna y leal, auspiciosa y grande como ella es,
Nadie en el sendero podrá de algún modo injuriarla…”
Y así, influido por el mísero Kali, ¡dejó a su mujer!
Mas, como su sentir flaqueara, volvió a verla dormida,
“He aquí mi amada —dijo en llanto— tendida en la tierra dura,
Como acongojada huérfana que deambula perdida,
Mi bien, quien nunca fue vista, ni por el dios Vayu ni Surya.
(Vayu y Surya son los dioses del aire y del sol en forma respectiva. Se entiende que en aquél entonces las reinas y princesas eran tan cuidadas que jamás estaban expuestas a ningún disturbio natural.)
“¿Qué hará ella, la del dulce sonreír, cuando al despertar se encuentre sola?
¿Cómo la hija de Bhima, fiel a su señor, transitará estas selvas?
¡Oh, bendita!, que los Asvins, los Vasus y Maruts, cuiden tu persona,
¡Que tu sólida e inmaculada virtud, tu mejor custodio sea!”
(Asvins: par de hermanos que son los médicos del universo. Vasus: son ocho semidioses. Maruts: son cuarenta y nueve dioses sirvientes de Indra.)
Tras así hablar saherido, se alejó arrastrado por Kali,
Pero una y otra vez volvía, bajo la fuerza de su amor;
Era como si el corazón se partiese en dos mitades,
Hasta que la dejó ahí solitaria, y se fue con gran dolor.
X
Luego, al desperezarse en el bosque, la bella Damayanti,
Y al hallarse sola, clamó lo más dolida por su señor:
“¡Oh, mi marido! ¡Oh, heroico monarca! ¿Acaso me abandonaste?
¡Oh, estoy temerosa y perdida, en esta gran desolación!
“¡Oh, ilustre príncipe!, tú eres veraz y entendido en la moral,
¿Cómo, tras dar tu palabra, me olvidas en esta vorágine?
¿Cómo dejas a tu aplicada mujer, que nunca te hizo un mal?
Vivo, pues se me ordena así, sino sin ti, ¡moriría al instante!
“¡Oh, toro entre los hombres! ¡Oh, irrepresible! ¡Basta de bromas!
Estoy muy asustada, ¡muéstrate a mí…! ¡Te veo! ¡Te veo! ¡Oh, rey!
Estás detrás de esos arbustos, ¿porqué al llamarte no asomas?
Al verme así aquejada y negarte, te has vuelto en verdad muy cruel.
“Mas, lo cierto es, sólo lamento al pensar, ¿cómo Tú solo,
¡Oh, rey!, soportarás al atardecer tu hambre y fatiga?
¿Cómo harás, cuando bajo los árboles no encuentres mi apoyo…?”
Así, la desamparada princesa, deploró afligida.
A veces tembló de terror, en otras lloró agobiada,
Y desmayando y gimiendo clamó: “¡Que sufra un mal mayor,
Ese mísero que causó esto, al impecable Naishada…!”
Mientras entre feroces bestias, seguía en busca de su amor.
Fue así como desatenta, cayó presa de una gran serpiente,
Y al estar entre sus anillos, sufrió por él, lo tan adverso:
“¡Oh, señor, ven y socórreme en situación tan ardiente!
¿Cómo harás, oh mi rey, cuando me tengas en tus pensamientos?
“¿Porqué te fuiste, dejándome sola en esta ingrata selva?
¿Cómo harás sin mí, cuando la maldición ya no te afecte?”
Mas un cazador que pasaba, oyó su voz plañidera,
Y decapitó a la bestia, salvándola de la muerte.
Pero al verla a ella, tan hermosa, de ojos cual gacela,
De dulce hablar, radiante, mal cubierta y solitaria,
Y tras saber su historia, quiso encendido poseerla,
Después de confortarla, sirviéndole comida y agua.
Al notar esto le rechazó enojada, ardiendo de ira,
Por lo que el deseoso miserable luchó por ultrajarla;
Le maldijo entonces ella, que ya de tanto sufría:
“Nunca pensé siquiera en otro, aparte del Naishada,
Por ello, oh maldito cazador, ¡cae de inmediato sin vida!”
XI
Tras matar al cazador, la de ojos de loto prosiguió su camino,
A lo largo de esa temible y solitaria selva, abundante en tigres,
En leopardos, en osos, en leones, en tribus mlecchas y en asesinos;
Vio en ella varias aves, ríos, montañas y raksasas de aspecto horrible.
Triste, se sentó por fin en una piedra a lamentar su amarga desdicha:
“¡Oh, rey Nishada!, de amplio pecho y fuertes brazos, ¡me has dejado aquí sola!
Tantos yajñas hiciste, atendiendo a todos, ¿sólo a mí no me cobijas?
¿Olvidaste el Veda y el hablar de los cisnes? ¿Fue tu promesa ilusoria?
“Estoy por morir en este tétrico bosque, ¿porqué no me respondes?
Su señor, de horrible rostro y temibles fauces, ¡pretende devorarme!
¿Será correcto que tú, que me juraste tu amor, así me abandones?
¿Porqué dejas a tu dolida mujer, que hoy sin ti, ya no tiene a nadie?
“¿No oyes el clamor de esta afligida y pálida, de esta perdida cierva?
¿Quién podrá darme la dulce noticia, ‘tu rey Nala se encuentra aquí’?
Le preguntaré al tigre y si nada sabe, ¡que me devore esa fiera!
De esta alta montaña querré informarme, si acaso ha escuchado algo de ti.”
Así lamentando llegó a un asilo de ascetas, como Bhrigu y Vasistha,
Controlados que subsistían ya sólo de agua, de aire, o de hojas caídas,
Con cortezas o pieles vestidos, procurando la existencia beatífica,
Quienes al ver a la de simétricas formas, le dieron la bienvenida.
Humilde preguntó ella por el bien de los santos, de las aves y bestias,
Que habitando en el hermoso refugio, ese tranquilo lugar conformaban;
“Todo es próspero aquí, —dijeron los envejecidos en penitencias—
¿Mas quién eres tú? ¿Eres la diosa del bosque, del río o de la montaña?”
“No soy diosa, soy sólo un humano, soy Damayanti, la mujer de Nala…”
Y les contó su historia, las muy grandes penurias que estaban viviendo;
Mas los veraces sabios le dijeron: “Bella mujer, no temas nada,
Nuestro poder ascético nos hace ver, que ya saldrás de este infierno.
“Oh, hija de Bhima, pronto verás a Nala, al rey de los Naishadas,
Tendrás al principal de los virtuosos, libre de esta aflicción;
Limpio de pecados, rigiendo su reino, ¡oh, más bendita dama!
Enjoyado, alegrando a sus amigos, pleno en satisfacción.”
Y tras dirigirse así a la impecable princesa, a la amada de Nala,
Los santos, con su asram y fuego sagrado, se desvanecieron del lugar;
“¿Qué vi entonces? ¿Fue sólo un sueño?” —se preguntó la querida extrañada,
Y bajo un florido asoka, siguió preguntando por el dueño de su amar.
Circumbaló y oró al árbol para que la aliviase de su penuria,
E internándose más en la selva, vio pasar una caravana;
La dirigía Sachi, eran mercantes procurando fortuna,
Mas al ser interrogados, vio que no sabían del Naishada.
Al verla, unos se asustaron, creyendo que era una yaksa o raksasa,
Otros pensaron que era la diosa del bosque y oraron por su favor;
Y al saber que iban a Suvahu, ella, la rica joya entre las castas,
Decidió acompañarse de ellos, siempre en la búsqueda de su señor.
XII
Y después de varios días llegaron a orillas de un hermoso lago,
Allí decidieron hacer un alto, mas cuando estaban descansando,
Una manada de elefantes les atacaron causando estragos,
Al sembrar la muerte entre hombres, elefantes, camellos y caballos.
Unos achacaron esto a no haber adorado a la deidad del lugar,
Mas otros la culparon a ella, acusándola de ser una rakasasa,
Por lo que estuvo asustada, preguntándose el porqué de tanta adversidad:
“Separada de mi marido e hijos, ¿porqué sufro así tantas desgracias?
La ira de Dios me castiga, pues en vidas pasadas habré obrado mal…
“La rígida fuerza del destino, ordena sobre la vida y la muerte,
Y quizá esta desventura les vino, por causa de mis malos pasos…”
Así lamentando, siguió a los dvijas en esa caravana doliente,
Hasta arribar prestos al reino de los Chedis, regido por Suvahu.
La vieron llegar emaciada, pálida, con su pelo enmarañado,
Y rodeada por curiosos, se acercó a las puertas del palacio del rey,
Donde desde su terraza, ordenó la reina madre al verla en ese estado:
“Tráiganme a esa Sri caída en desdicha, su primor todo hará resplandecer.”
Y al oír la desventura de la hija de Bhíma, le dijo la reina madre:
“¡Oh, bendita!, permanece aquí, mis agentes buscarán a tu marido,
O quizá él mismo llegue de por sí, quédate, ¡oh, hermosa!, y podrás reencontrarle…”
A esto respondió la fatigada princesa, que tanto había sufrido:
“¡Oh, madre de héroes!, si me quedo será sólo bajo ciertas condiciones,
Primero hablar con los que irán en busca de Nala, ese opresor de oponentes,
No comeré restos, ni lavaré los pies de nadie, ni veré a otros hombres,
Y al que impropio insista en pretenderme, le castigues sentenciándole a muerte.”
Feliz aceptó la reina y la felicitó por lo que le pedía,
Y llamando a su hija Sunanda, le dijo: “Acéptala como una diosa,
Será tu compañera, son de la misma edad, compartan con alegría…”
Así pudo establecerse allí, bien acompañada y menos ansiosa.
XIII
Tras abandonar a Damayanti el Naishada vio un feroz incendio,
Y en medio de éste alguien le llamó: “¡Oh, recto Nala, ven en mi rescate!”
“¡Ya nada temas!”, respondió Nala, y al entrar vio a una naga sufriendo,
La que con manos juntas y temblando, se dirigió expectante:
“Soy Karkotaka, maldecido por Narada a quedarme aquí,
Sentenció que no podría moverme, hasta que tú me liberaras;
Hazlo, seamos amigos… con gusto, si me ayudas, te he de servir,
No hay serpiente como yo; levántame y me sentirás liviana.”
Habló esto y ese príncipe de las serpientes, tomó el tamaño de un pulgar,
Nala la sacó de ahí, mas donde quiso ponerla, Karkotaka le dijo:
“¡Oh, rey de los Nishadas!, no me dejes aquí, avanza un poco más,
Será para tu bien…” y cuando iba en el décimo paso, le dio un mordizco.
Por efecto de éste, Nala cambió su aspecto, como así mismo la serpiente,
La que le dijo: “Hice esto para que no te reconozcan, y quien te ha hecho mal,
Tendrá que sufrir en tu cuerpo, el tremendo dolor de mi ponzoña ardiente;
Te he salvado, ¡oh, rey!, del yugo de quien, por envidia, te consiguió engañar.
“No temerás a bestias, ni a brahmanas, ni mi veneno te hará sufrir,
Serás siempre victorioso… Ve a Ayodhya, donde el rey Rituparna y dile:
‘Soy Vahuka, el auriga…’ y aprenderá de caballos instruido por ti,
Mientras que él, con su ciencia de dados, te adiestrará, hasta hacerte invencible.
“Cuando domines ese arte, recuperarás tu familia y riqueza,
Te digo en verdad, ya no sufras, y cuando quieras retomar tu semblante,
Recordándome a mí, colócate estas dos vestiduras de excelencia…”
Y tras hacerle entrega, la mística naga, desapareció al instante.
XIV
Siguiendo el consejo de Karkotaka, Nala fue donde Rituparna,
Y ofreció su servicio en caballos, cocina y donde hubiesen problemas;
Feliz le aceptó el rey, quien deseaba a alguien que veloz le transportara,
Le dio un buen salario y puso bajo su cargo a Jivala y a Varshneya.
(Jivala se pronuncia como la jota en inglés.)
Y residiendo allí, recitó cada tarde este verso,
Recordando a su mujer, la princesa de Vidarbha:
“¿Dónde estará ella, aflicta por hambre y sed, en gran tormento,
Y evocando a ese miserable? ¿A quién confiará su carga?”
Y una noche en que musitaba esto, le preguntó Jivala:
“¡Oh, Vahuka!, ¿por quién te lamentas así cada día…?”
“Hubo un insensato que tuvo una consorte afamada,
Mas mísero e incumplidor, ¡la dejó una vez a la deriva!
“Separado de ella, ese maldito, no conoció el alivio,
Mas, recordándola, repitió este verso cada noche;
Dejada por este réprobo, su vida corre peligro,
Por haberle seguido a él, a lo profundo del bosque.
“Cuando cayó en calamidad, sólo su mujer le siguió en su sendero,
Pero ahora deambula sola, perdida, desvaneciendo de hambre y sed,
Impotente ante la aflicción, entre bestias de presa, sin sosiego…
¡Oh, amigo!, a ella la dejó ese infortunado, que ignora lo que es el deber.”
XV
Entretanto Bhíma envió brahmanas para saber de la pareja,
Premiando con ricos pueblos a quien le trajese alguna novedad;
Fue así que Sudeva encontró entre los Chedis a la bella princesa,
Quien se mostró cual luna, a la que Rahu roba su luminosidad.
Sin lujos ni comodidades, separada de amados y amigos,
Pasaba sus días afligida, esperando reencontrar a su señor;
En realidad, el mejor adorno de la mujer es el marido,
Por muy hermosa que ella sea, si él no la acompaña, pierde su esplendor.
Sudeva dijo:
“Difícil logro el de Nala, el de no sucumbir a tal separación…
El verla a ella, de ojos de loto, dolida, aunque hecha para ser feliz,
¡Parte mi alma! ¿Cuándo, esta cónyuge fiel, cruzará su mar de dolor?
¡Oh!, Nala y ella, son uno para el otro, debo aliviarla en su sentir.”
Y así Sudeva se identificó como el amigo de su hermano,
Y Damayanti, llorando de emoción, desahogó con él su pesar;
Sunanda, al verla así, fue donde su madre que acudió a su llamado,
Y ésta pidió a él que le contase, quién era esa belleza celestial.
XVI
Así supo la reina madre que era ella Damayanti,
La hija de Bhíma, de los Vidarbhas el rey soberano,
Marcada con un loto en su frente, cual luna radiante,
Mas ahora en su abandono, como por nubes vedado.
Limpió Sunanda el entrecejo de su amiga y encontró el símbolo,
El auspicioso loto que señalaba su buena estrella;
La reina y su hija la abrazaron, con llanto y gemido,
Y así le habló la madre, aún llorando, a la que era tan bella:
“Puedo ver que eres la hija de mi hermana, ¡oh, fina muchacha!
Nuestro padre fue Sudaman, el rey de los Dasarnas;
¡Oh, hermosa!, esta riqueza es tuya, es ésta tu propia casa.”
A lo que ella, con cabeza gacha, dirigió estas palabras:
“Sin ser reconocida, feliz he vivido contigo,
En todas mis necesidades, muy bien atendida;
Mas, oh querida madre, ya mucho estoy en el exilio,
Por ello por favor te pido, que apruebes mi partida.
“Mis hijos están allá, privados de su padre y madre,
Por ello quisiera ir cuanto antes, al país de los Vidarbhas,
Pide, ¡oh reina!, traer un vehículo, si quieres agraciarme…”
A lo que la alegre tía concordó diciendo: “Así se haga.”
Y así Damayanti fue enviada en una hermosa litera,
Cargada por hombres, con buena escolta, ropa y alimentos;
Pronto festejó Vidarbha la llegada de su reina,
Donde parientes y el pueblo, la recibió con respeto.
Al ver a sus padres e hijos bien, adoró a los devas y dvijas,
Y Bhíma dio feliz a Sudeva mil vacas, riqueza y un pueblo;
Y una vez que ella pernoctó y se recuperó de su fatiga,
Se acercó a su dichosa madre, para desahogarse diciendo:
“Tráeme, ¡oh, madre!, a Nala, a ese héroe entre los hombres, si me quieres con vida…”
La reina lloró, incapaz de aliviarla, y al otros verla, fuerte clamaban…
Consternada, a Bhíma le dijo: “Salva a tu hija, que está tan dolida,
No vivirá si tu gente no encuentra, el paradero del recto Nala.”
Pronto envió a brahmanas, quienes, antes de irse, fueron donde la sin reproche,
Ella les dijo: “Pregunten por él así, en todo reino y en toda asamblea:
‘¡Oh, amado jugador!, ¿porqué te fuiste dejando a tu mujer en el bosque?
¿Porqué abandonaste a la que te era fiel, cortando la mitad de su tela?
“ ‘Esa niña, siguiendo tu orden, se quedó a tu espera, mal cubierta y aflicta…
¡Oh, rey! ¡Oh, héroe! Preséntate y responde a quien sin detención te llora…’
Esto y más digan, para que sienta piedad, por quien tanto le solicita;
‘Como al fuego lo asiste el viento, así a la mujer leal, ¡nunca se la abandona!’
“Digan además:
‘La mujer debe ser protegida y mantenida por el marido,
¿Porqué tú, siendo correcto y bueno, has descuidado ambos deberes?
Tú el de fama, saber, bondad y linaje, ¿cómo te has vuelto impío?
¡Ya veo! ¡Yo lo merecí! ¡Oh, tigre entre los hombres…! ¡Ven a verme!’
“Esto digan, sin revelar que es mi mensaje, y tráiganme respuesta,
Mas no la divulguen a nadie, si por acaso obtienen alguna…”
Así instruídos, buscaron a quien padecía situación muy adversa,
Fueron a cada reino, ciudad y poblado, mas sin luz ninguna.
XVII
Tras largo tiempo, el brahmana Parnada, volvió al país de los Vidarbhas,
Y acercándose a Damayanti, le entregó noticias de esta forma:
“¡Oh, mejor entre las mujeres!, en mi búsqueda del rey Naishada,
Llegué donde el bendito Rituparna, quien es regente de Ayodhya.
“Le repetí tu mensaje, mas ni él ni los suyos me dijeron palabra,
Sólo un auriga llamado Vahuka, de brazos cortos, de extraño aspecto,
Buen cocinero, veloz conductor, me dijo inquieto, ahogado en sus lágrimas:
‘Las damas castas van al cielo, si se protegen de por sí ante lo adverso.
“ ‘Aunque pueda dejarlas su señor, no se enojan por esa causa,
¡Porque protegen sus vidas, con la coraza de su propia virtud!
No debe airarse ella, pues quien la dejó, sufría grandes desgracias,
Quitado de toda alegría, probó un camino de vicisitud.
“ ‘Por los pájaros llevada su ropa, cuando quiso asegurarle el sustento;
Ya sea bien o mal tratada, no debe ella acusar a su dolido señor;
Tras verle sin reino, oprimido por el hambre y recogido en su lamento,
No debe la buena y virtuosa esposa, al condenarle, aumentar su dolor.’
“Al oír estas palabras, decidí venir, para que tú resuelvas qué hacer…”
Damayanti, al saber de esto, fue donde la reina y le expresó así su desear:
“¡Madre!, envía a Sudeva a Ayodhya, en busca de Nala, si acaso quieres mi bien;
Que parta a espaldas del rey, y tras hacer el rito que a mí me hizo regresar.”
Esto pidió y adoró a Parnada con profusa riqueza:
“Cuando Nala regrese, oh brahmana, te volveré a obsequiar;
Me has hecho un inmensurable bien, —le dijo la princesa—
Pues por tu servicio recuperaré, al señor de mi hogar.”
Parnada la bendijo antes de partir y llamó entonces a Sudeva,
Y ante su madre le dijo: “Veloz como un ave, dirígete a Ayodhya,
Di a Rituparna, que celebrará un segundo svayamvara esta reina,
Que muchos príncipes y reyes ya han ido, y que lo haga él sin demora,
Pues ya mañana, cuando amanezca, será la dichosa ceremonia…
¡Tal vez Nala ni vive…!” Y así instruido, lo anunció el brahmana en esa tierra.
XVIII
Rituparna llamó y dijo a Vahuka, después de escuchar a Sudeva:
“¡Oh, Vahuka!, tú eres un buen auriga, quiero, en un día ir a esa elección
que hará la princesa Damayanti.” Nala sintió quebrarse de pena,
Y pensó del siguiente modo, mientras ardía con cruenta aflicción:
“Quizás ha decidido hacer esto, cegada por el dolor;
O tal vez ha urdido este plan con el fin de tenerme a mí…
¡Oh!, cruel es esta idea por causa de este bajo y pecador,
Mas también se sabe que la mujer, no es de profunda raíz.
“Es posible que ya no me quiera, herida por esta separación,
¿Aunque cómo la esbelta va a dejarme, a pesar de mi grave ofensa?
¿Cómo lo hará, a pesar de este mal, si hemos tenido hijos ella y yo?”
Así pensando Vahuka decidió ir, para saber de su intención.
En añjali dijo a Rituparna: “En un día, oh rey, estaremos allá.”
Y fue a buscar los corceles, mas como al rey no gustara su elección, le dijo:
“Tienen ellos un remolino en la frente, cuatro en el pecho y lados, y uno atrás;
¡Sin duda nos llevarán!,” a lo que el rey cedió, sabiendo era ése su oficio.
Y tras enyuntarlos y poner a Varshneya de auriga, esos caballos,
Fuertes y veloces como el mismo viento, ¡ya no tocaron más tierra!
Rituparna quedó sorprendido y a su vez Varshneya, pensó asombrado:
“¿Será él Matali, el conductor de Indra; o Salihotra, el destacado en riendas?
“O puedo notar que Vahuka conoce esta ciencia al igual que Nala,
Tienen, además, la misma edad… Aunque son distintos en apariencia,
en logros son iguales. A veces, siguiendo la escritura sagrada,
Los ilustres se disfrazan, o cuando los infortunios les aquejan…
Por causa de todo esto, ¡pienso que él es el mismo rey de los Naishadas!”
Así concluyó Varshneya, el antiguo conductor del noble y recto Nala;
Y al ver tal destreza en el manejo, se alegró mucho el gentil Rituparna.
XIX
Cual ave surcando el cielo, Nala, pronto cruzó ríos y montañas,
Cuando de súbdito el heroico Rituparna, perdió su rico manto,
Y como quisiera recuperarlo: “Ya hemos avanzado un yojana,
—Le dijo Nala— no podríamos encontrarlo, yendo así de rápido.”
Poco después Rituparna, el hijo de Bhangasura, vio un Vibhitaka,
Y al observar este árbol, dijo: “Nadie puede poseer todo el saber,
Pero te digo que las hojas y frutas que se encuentran a su planta,
Superan en ciento uno, a las que aún permanecen suspendidas de él.
“Las dos ramas del árbol tienen cincuenta millones de hojas
Y dos mil noventa y cinco frutas… ¡Lo puedes corroborar!”
Vahuka le dijo: “¡Oh, vencedor! ¿Cómo comprobar tal cosa?
Cortaré esas ramas y una por una las empezaré a contar.”
A pesar que Rituparna temió por el tiempo que le tomaría,
Aun así consintió, pues no tenía auriga tan capaz como Vahuka;
Y tras cortar las dos ramas y evidenciar la verdad de lo que decía,
Quedó tan admirado, que quiso también conocer esa ciencia oculta.
“Debes saber, —le dijo el rey— que además de números conozco de dados…”
“Enséñame ese arte, ¡oh, toro entre los hombres!, y aprende de mí de caballos…”
“Así sea,” —dijo Rituparna— para complacer al que necesitaba,
De esta forma aseguró ese conocimiento, el encubierto rey Naishada.
Y tras esto, salió Kali vomitando la ponzoña de Karkotaka,
Librándose de este modo del fuego de la maldición de Damayanti;
Por largo tiempo el rey había sufrido su infuencia calamitosa,
Como si fuese él un alma del carácter más miserable y denigrante.
Nala, impetuoso, quiso maldecir al que le causara tanto daño,
Mas Kali, temblando y temeroso, con manos juntas le dijo así:
“¡Controla tu ira, oh rey!, ya por la madre de Indrasena fui castigado,
Cuando me maldijo en la selva indignada, estando ella alejada de ti.
“Desde entonces, estando en tu cuerpo, padezco un profundo dolor,
Causado, oh monarca, oh vencedor, por ese rey de las serpientes;
Pido ahora tu gracia… Si no me maldices, al verme así lleno de temor,
Quienes escuchen tu gloriosa historia, ¡estarán libres de mí y de mis huestes!”
Al escuchar esta implorante solicitud, Nala contuvo su ira,
Y el aterrado Kali, invisible a los otros, entró en el Vibhitaka;
Ya libre de aflicción y con gran gozo, el rey montó con brío en la cuadriga,
Mientras que el árbol, habitado por Kali, mostró al instante su desgracia.
Nala, con gran contento, empezó a apurar a esos destacados corceles,
Que se alzaron por el aire, como si alados, para arribar al alba;
Y cuando éste se fue, volvió Kali a su morada, y ya Nala alegre,
No sufrió calamidad, aunque retuvo el aspecto que le velaba.
XX
Cuando el invencible Rituparna, llegó a la hora debida a Vidarbha, Supo esto Bhíma y se le sintió, con el tronar cual nubes de su carro;
Los habitantes y Damayanti gustaron de oírlo y evocaron a Nala,
Sonido así y tal destreza, no habían visto ya desde muchos años.
Los mismos elefantes, los pavos reales y los caballos,
Lanzaron sus clamores como si recibiendo a la lluvia;
Damayanti pensó: “Debe ser el rey Nala que ha llegado,
Por ello ese sonido, alegra mi corazón y lo apura.
“Si no le veo a él, al del brillo de luna, al héroe de las mil virtudes,
¡Por cierto moriré!… Si no me apresa hoy mismo en su afectuoso abrazo;
Si el Naishada de voz de trueno, no viene hoy, ¡entraré en la pira fúnebre!
Que ese gran rey, fuerte león, elefante furioso, ¡dirija a mí sus pasos!
“No recuerdo ni una falsedad en él, ¡ni en broma dicha!
Ni alguna maldad que le haya causado alguna vez a otros…
¡Oh!, mi Nala es exaltado, alma compasiva y magnífica,
Es superior a los demás monarcas y el más heroico.
“Es fiel a su voto de matrimonio, como un eunuco ante las otras,
¡Ardo de dolor lejos de aquel, que me tuvo día y noche a su lado!”
Así deplorando, como insana, subió a la terraza, quejumbrosa,
Ansiando ver a Nala, y desde allí vio a los tres, bajándose del carro.
Bhíma recibió a Rituparna, preguntándole el porqué de su visita,
Éste, al notar que no había ningún preparativo de svayamvara,
Que no se veían reyes ni dvijas, ni fiesta, ni marcas propicias,
Le respondió inteligente: “Vine a saludar, tu persona exaltada.”
“¿Cómo, —pensó admirado Bhíma— viajó tantos cientos de yojanas,
Pasando por tantos países, sólo para venir a saludarme?
Debe haber otra razón, que por un motivo que ignoro me la calla,
Quizás alguien le engañó… en un futuro sabré de esto en todo detalle.”
“Descansa, debes estar exhausto”, —le dijo atento— y por Bhíma honrado,
Fue llevado a relajarse a un aposento, por los siervos de la corte;
Y al partir Rituparna, llevó Vahuka los corceles al establo,
Donde tras confortarlos, se sentó allí cerca, como a esperar la noche.
Mientras tanto Damayanti, afligida al verles a ellos tres,
Se preguntó dolida: “¿Quién causó entonces tal sonido?
Era poderoso como el de Nala, mas no le veo a él…
Con certeza Varshneya, de mi Naishada habrá aprendido,
¿O será Rituparna tan diestro, como lo era mi rey?
Y pensando de este modo, la hermosa y bendita niña,
Envió a una mensajera, en busca de quien era su vida.
XXI
Dijo Damayanti a la mensajera:
“¡Oh, Keshini!, acércate a ese auriga que está sentado junto al carro,
Me parece que él, de feo aspecto y brazos cortos, ¡es el mismo Nala!
Pienso esto en base al sentimiento que en mi corazón ha despertado,
Por ello, ¡oh, hermosa!, ve y repítele la respuesta que trajo Parnada.”
Así instruida, se aproximó con cautela, observada desde el balcón,
“¡Oh, principal entre los hombres! —le dijo ella— ten vida afortunada,
¿Qué te trae aquí?, di la verdad, Damayanti me envía en esta misión…”
A lo que Vahuka respondió: “Soy el conductor del rey de Koshala,
Quien, por aviso de un brahmana, vino con la debida invitación.”
“¿Quién era el tercero entre ustedes? ¿Quién eres tú y porqué haces esta tarea?”
“Él es Varshneya, quien fue auriga de Nala y después fue donde Rituparna;
Yo soy Vahuka, buen cocinero y diestro en el manejo de las riendas…”
“Entonces, Varshneya, algo debió saber, y te habrá hablado acerca de Nala…”
“Tras haber traído aquí a sus dos hijos, no supo después nada de él;
Nadie, en realidad, ha sabido, pues ha cambiado incluso su forma;
Sólo Nala sabe dónde está Nala, a nadie más se lo hace saber…”
Keshini entonces le repitió, lo que Parnada anunció en Ayodhya:
“El brahmana que fue a Ayodhya, repitió allá este mensaje apropiado,
Que viene de una mujer: ‘¡Oh, amado jugador, ¿adónde te has ido,
Dejándome dormida y a medio cubrir, en el bosque solitario…?
¿Porqué haces esto a tu amiga fiel, a la única que siguió en tu camino?
“ ‘¡Oh, héroe! ¡Oh, rey! ¿No quieres atender a quien tanto llora tu ausencia?’
Tras así evocar las palabras de Parnada, dijo Keshini:
“¡Oh, ilustre!, a esa pobre inocente, envíale una agradable respuesta,
Ella quiere escuchar de qué manera, esa vez le respondiste.”
Al escuchar este hablar de la mensajera, el corazón de Nala gimió,
Y conteniéndose, a pesar de su angustia, expresó con inquietud:
“Las mujeres castas, aunque en calamidad, procuran su protección,
Y así ganan el cielo, guarnecidas por la coraza de su virtud…
De acuerdo con esta afirmación la mujer casta nunca buscará otro refugio y si se queda sola por alguna circunstancia, sólo recurrirá al resguardo de su propia virtud.
“Dejado por alguien caído en desgracia, desquiciado y perdido,
La buena dama no debe airarse con quien, buscándole el sustento,
Fue robado por las aves. Aunque no se la trate como es debido,
No debe enojarse, al ver a su cónyuge sumido en tales tormentos…”
Nala, oprimido por el dolor, no pudo sujetarse y comenzó a llorar,
Mientras Keshini volvió donde Damayanti y le informó de su gran pesar.
XXII
Al enterarse de todo esto, Damayanti quedó muy desconcertada,
Y sospechando era Nala, le pidió a Keshini que tras examinarle,
Le dijese si notaba en él alguna acción normal o suprahumana;
Keshini fue, de acuerdo a este deseo, y así volvió luego a comunicarle:
“¡Oh, Damayanti!, nunca supe de quien controlase así los elementos,
Si encuentra un pasadizo pequeño, con sólo verlo, lo agranda y por ahí entra,
Con sólo echar una mirada prendió el fuego y llenó con agua unos tiestos…
Al presenciar estas cosas, he venido maravillada a darte cuenta.
Vi además, que el fuego no le quema, que guía el agua según su voluntad,
Y vi que al presionar unas flores, se volvieron más fragantes y bellas…
Al comprobar que realizó tantos prodigios, te los he venido a contar…”
Al oír esto y ya convencida, dijo ansiosa la que aguardó lastimera:
“Trae algo cocinado por él…” Así lo hizo, y al probarlo, se convenció aun más;
Y al enviarle a sus hijos, bellos cual devas, les abrazó con gran padecer…
“¡Oh, me han recordado a los míos, dijo a Keshini, ¡hasta ponerme así a llorar!
Mas somos sólo visitas, no vengas tan seguido, pues no se verá bien.”
XXIII
Al notar la perturbación del virtuoso y sabio Nala,
Keshini contó a Damayanti todo lo acontecido;
Quiso entonces ella verse en persona con el Naishada,
Y envió a preguntar a su madre si le era permitido:
“Consúltale a ella, ¡oh, Keshini!, si puede él entrar o si yo salgo,
Dile que quiero estudiarle, y que juzgue si debe saberlo el rey…”
La reina preguntó a Bhíma quien autorizó fuese pasado,
Y así, con el permiso de sus padres, fue que le pudo ver.
Y tan pronto Nala la vio, le inundó tal emoción que lloraba,
Como así también a ella, quien quedó sumida en un similar dolor;
Con su tela roja, enmarañado pelo, maltenida y desgarbada,
Se dirigió a Vahuka preguntándole, sacudida de tremor:
“¡Oh, Vahuka! ¿Has sabido de alguien, que entendiendo del deber,
Haya dejado a su mujer sola y dormida en la selva?
¿Quién, excepto el virtuoso Nala, tendría tal proceder,
De dejar a la deriva, a quien le fue fiel y sincera?
“¿De qué podrá culparme ese monarca, si le he amado desde mi pubertad?
¿Habiéndole elegido a él, en lugar de los celestiales y dándole hijos?
Frente al sagrado fuego, tomó mi mano prometiendo: ‘seré tuyo en verdad’,
¡Oh, conquistador! ¿Dónde estaba ese voto, cuando me retiró su auspicio?”
Nala a su vez, con sus lágrimas corriendo, le dijo: “¡Oh, mi bella y tímida!
Ni la pérdida tuya, ni la de mi reino, fue un acto propio mío,
Ambas las causó Kali, y gracias a la maldición que le lanzaste un día,
Es que se atormentó en mi cuerpo, como por un gran fuego consumido.
“En verdad, al maldecirle en tu dolor, vivía él como fuego en el fuego,
¡Oh, bendita muchacha!, nuestro mal terminó, al vencer a ese malvado
Con mi ejecución de disciplina, de austeridad y de votos severos…
Ese miserable ya me dejó y por tal razón es que vengo a tu lado.
“¡Oh, hermosa!, sólo por ti vine, ¿pero podría, oh sencilla, una otra mujer,
Dejar así a su amado y fiel marido, para llamar a segundas nupcias…?”
“No debes, oh bendito, dudar de mí… ¡Te elegí de entre los devas, oh rey!
Sólo hice esto para que vengas…” le afirmó ella asustada y con manos juntas.
“Sólo tú, oh rey del mundo, podrías cruzar cien yojanas en un día,
Tocando tus pies puedo asegurarte, que ni en pensamiento te he fallado;
Que el dios del viento, quien todo atestigua, si he pecado, ¡me quite la vida!
Que los tres dioses que los mundos custodian, dejen ante ti esto bien claro.”
“¡Oh, Nala! —aclaró Vayu en el cielo— en verdad digo, nunca se apartó de ti;
¡Oh, rey!, no sólo guardó el honor de tu familia, ¡sino que lo incrementó!
Somos testigos de ello estos tres años que la cuidamos con celo febril,
Por ti urdió este plan, no lo dudes, sois el uno para el otro, vosotros dos.”
Y tan pronto se apagó esa voz, una lluvia de flores cayó del cielo,
Y hubo tronar de tambores y soplaron fragantes brisas; por lo que Nala,
Al ver estos prodigios y ya sin sospecha, trajo a Karkotaka a su recuerdo,
Y colocándose las prendas celestes, recobró su forma pasada.
Y al ver a su señor en su propio aspecto, la hija de Bhíma,
La de formas sin tacha, le abrazó llorando con fuerza;
También Nala abrazó a la tan fiel, como así a su niño y niña,
Sintiendo ambos gran placer y desahogando su tristeza.
Y ese tigre entre los hombres, afligido por el dolor,
Mantuvo entre sus brazos a la que ahogaba su pasado mal,
A esa duzura a la que cubría el polvo y la lamentación…
Al saber Bhíma de esto por su reina, fue de este pensar:
“Deja que Nala pase este día en paz, mañana, tras su baño y oraciones,
Le veré junto a Damayanti…” Así esa noche recordaron lo pasado,
Y vivieron después felices en el palacio, entre mutuas atenciones…
Con sus deseos satisfechos, se habían reunido al fin, ya en el cuarto año.
Como flores en la lluvia tras larga sequía, ambos se regocijaron,
Y la hija de Bhíma, al recobrar a su señor, satisfizo su deseo;
Ida su ansiedad, resplandecía en su belleza y la arrobaba la alegría,
Era como esa noche a la que alumbra, el no desvanecido lucero.
XXIV
Pasado su sueño, ya bien vestido y adornado, y con Damayanti,
Se presentó a la hora debida ante el rey, y humilde saludó a su suegro;
Tras él, la muy hermosa princesa, reverenció a su vez a su padre,
Y el exaltado Bhíma, le recibió como a un hijo, y le honró de lleno.
Tras aceptar su homenaje, Nala le ofreció su servicio,
Y el pueblo clamó de regocijo al saber de su llegada;
Decoraron con flores y festones de variados tipos,
Y rociaron las amplias calles con agua perfumada.
Esta noticia satisfizo incluso al mismo Rituparna,
Quien haciéndole llamar, se disculpó por el trato dado;
Y también se disculpó ante él, el inteligente Nala,
Más el primero le refirió estas palabras, siendo sabio:
“Por buena fortuna, al recuperar a tu mujer, te ha vuelto la alegría,
Espero que, al haber estado oculto en casa, no hayas sufrido un mal trato…”
“Ya éramos amigos, dijo Nala, así es que estuve allí, mejor que en la mía,
Siempre estuve complacido, con mis deseos satisfechos y muy grato.”
Luego, con los debidos ritos, adiestró a Rituparna en la ciencia ecuestre,
Y este rey a su vez, le instruyó en la correcta maestría de los dados;
Tras esto, el hijo de Bhangasura, volvió a esas tierras donde era el regente,
Y cuando él partió, Nala tampoco permaneció por un tiempo muy largo.
XXV
Tras un mes, con el permiso de Bhíma y con un grupo de seguidores,
Resolvió ir a su reino, con un carro blanco, dieciséis elefantes,
Cincuenta caballos y seiscientos de infantería… Al son de tambores,
Henchido de enojo, remeciendo la tierra, llegó sin dilatarse.
Y el poderoso hijo de Virasena, retó así a Pushkara, su hermano:
“Juguemos de nuevo, gané vasta riqueza… Damayanti y lo mío
Será mi apuesta, coloca tú el reino como la tuya por tu lado;
Compitamos, pues, de nuevo, con esta determinación he venido.
“Aventuremos toda pertenencia, junto con nuestras propias vidas;
‘Debe volverse a jugar lo ganado, si el perdedor así lo pide’,
Así ha sido dispuesto por la ordenanza… o si con dados no te animas,
¡Que comience el duelo con armas y tengamos paz! ¡Tú mismo decide!
“Que este reino ancestral debe ser recuperado, de cualquier forma o medio,
Es lo que han decretado los sabios, por ello, decide, ¡el arco o los dados!”
“¡Oh, Naishada!, —le respondió Pushkara riendo confiado—encuentro muy bueno,
Que vengas a dilapidar conmigo, este nuevo tesoro que has ganado.
“Es buena fortuna también, que la desgracia de Damayanti acabó,
Pues es claro que ella, adornada con tu riqueza, me será conferida;
Cual una bella apsara que se obsequia al rey Indra, así ansío obtenerla yo…
¡Cuánto te esperé! ¡Gusto ganarle a quienes tengo en relación consanguínea!
Feliz adquiriré a tu reina, a la que ya de antes guardo en mi corazón.”
Airado con este insolente, Nala, conteniéndose, le invitó sonriendo:
“Juguemos entonces, cuando me ganes, ahí podrás decirme lo que quieras…”
Y de una sola tirada, recuperó Nala al punto su perdido reino,
Ganando además la vida de su hermano, que también habían puesto en prenda.
“Ahora estas tierras son mías, dijo Nala, y ¡oh, peor de los reyes!,
Ni el derecho tienes a mirar a la princesa de Vidarbha;
Junto con tu familia, ¡oh, mísero!, un esclavo a su servicio eres,
Pero mi pasada derrota, no fue por causa de tu maña.
“No sabes, ¡oh, necio!, que es Kali el culpable de gestar todo esto,
Por ello, no te imputaré el mal que por otro me fue causado;
Vive feliz, perdono tu vida y hereda según tu derecho,
Eres mi hermano, igual que antes te aprecio, ¡que vivas cientos de años!”
El invencible Nala, tras confortar a su hermano con dulces palabras,
Le dejó partir abrazándole varias veces. En añjali, éste le dijo:
“Que vivas feliz por diez mil años, ¡oh, rey!, y que sea inmortal tu fama,
Pues tú, no sólo has perdonado mi vida, sino que me has dado cobijo.”
Y agasajado ahí por Nala, Pushkara permaneció por un mes,
Tras el cual volvió feliz a su ciudad, con sirvientes y familia;
En su viaje, a ese toro entre los hombres se le vio resplandecer,
Como un segundo sol fulguraba, ya libre de su desidia.
Podemos entender que gracias a la pureza y el amor de Nala, Pushkara se había vuelto del todo puro, libre de su envidia.
XXVI
Y el bendito rey de los Nishadas, habiendo así establecido a su hermano,
Entró a su palacio, para regocijo de ese pueblo que le quería;
Éste le dijo, con manos juntas y por oficiales representado:
“¡Oh, rey!, alegres estamos de tenerte, como si devas reganando a Indra…”
Mientras se hacían los festejos, Nala envió un gran ejército por Damayanti,
Y Bhíma, el de gran poder y alma regia, envió a su amada hija después de honrarla;
Con su regreso y el de sus hijos, volvieron a vivir felices como antes,
Era como el jefe de los celestes, gozando en los jardines Nandana.
Hizo muchos sacrificios, con abundantes regalos a los brahmanas…
Esta historia es destructiva del mal de Kali y trae consuelo a quien la escucha,
Por hacerlo, entiende lo falaz de la ganancia y pérdida mundana,
Y percibiendo lo incierto de nuestra condición, ¡no se deprime nunca!
No debes, por tanto, lamentarte ante calamidad ninguna,
El sabio, viendo el capricho del sino y lo inútil de oponerse,
No sufre hasta el límite de ofuscarse y de perder su cordura;
Por ello, tras oír este hecho, confórtate, y que nada te aqueje.
Quienes con asiduidad canten esta noble historia de Nala,
O escuchen de ella, jamás se verán envueltos en la adversidad;
Con éxito coronarán sus diligencias y obtendrán fama,
Tendrán hijos y nietos, salud, riqueza, alcurnia y prosperidad.
fin